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domingo, agosto 17, 2008

La Mujer del Obelisco

He caído otras tantas
Y he visto el clamor del mar.
Vicioso. Empuñando oleadas
Que se acaban al toque del alba.
Y fui un Narciso, que arrogante
Ante las ondinas del río, se secó.
Y hasta me detuve ante el pensamiento vacío:
-venced al enemigo-
pero hubo un día. Un día.
Tu sol de oro me cegó
Y mandó mi cuerpo al desfiladero.
Celoso del cobarde que puede desplomarse
Cuando lo persigue el cancerbero,
Me lancé al hoyo de tus quimeras.

Heme aquí. Impune.
Quiero reconocerte detrás del velo
Que cubre tu frágil cuerpo.
Como una ronda, tus ojos,
Ponzoñas de ágata y metal,
Me someten a diario.
Miles de colibríes se aúnan a tus brazos
Hilvanando historias en la rueca del desván.
Pero es tu sonrisa,
Perfecta amalgama entre el cielo y el infierno,
La causante de mis pesares.
Eres como una droga extasiada.
Paranoica. Ansiosa.

Por ti sería tu eunuco eterno.
Por ti me haría esclavo del mundo.
Por ti cerraría los ojos al cielo.
Pero no puedo caminar
Sobre tu dosel circular,
Ni ingresar al obelisco donde
Habitan tus sueños.
Y yo soy solo alguien que se cree con alas
Y flota.
Y aunque tus yugos y tus noches se antepongan,
Yo estaré,
aticista, apacible,
esperando tu mirada de artista
y tu sonrisa de ceremonia.
-Nov 16, 2000-
La perspectiva del autor

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